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ANÉCDOTAS DE SANTOS


San Agustín

 

 

Lleven mutuamente sus cargas

Contaba el santo, acerca de ayudarse mutuamente a cargar las cruces:

“Mientras estamos en esta vida, es decir, en este camino, procuremos llevar mutuamente nuestras cargas para que merezcamos llegar a aquella vida que carece de toda carga. Por ejemplo, fíjense en los ciervos, cómo algunos expertos en estas materias han escrito: cuando atraviesan un brazo de mar hasta una isla en busca de pastos, se organizan de tal modo, que portan, los unos sobre los otros, las cargas de sus cabezas con la cornamente; de tal manera que el que va detrás coloca su cabeza sobre el anterior, manteniendo el cuello levantado.

Y, como el primero de todos no tiene, delante de él en quien apoyar la cabeza, dicen que hacen lo siguiente por turno: que cuando el que va primero se ha cansado de la carga de su cabeza, se coloca detrás del último, y le sucede aquel cuya cabeza sostenía cuando iba él primero.

De ese modo, soportando sus cargas mutuamente pasan el brazo de mar hasta llegar a tierra firme."

 

El misterio de la Trinidad

Cierta vez, se paseaba San Agustín, cerca de una playa, meditando sobre la Santísima Trinidad y cómo era posible que hubiera 3 Personas en un mismo y único Dios.
En esto, se encuentra con un niño que, sentado en la arena, intentaba llenar un baldecito con arena.
El santo, entonces, le pregunta:

    -    ¿Qué estás haciendo?

A lo que el niño le responde:

    -    Quiero poner toda la arena de esta playa en este baldecito.
    -    ¡Pero eso es imposible!
    -    No más imposible de lo que es para ti entender o explicar el misterio de la Santísima Trinidad.

Dicho esto, el muchachito desapareció.

 

Vivir para Él...

Nos la cuenta Benedicto XVI:

San Agustín, tras su conversión a la fe cristiana quiso, junto con algunos amigos de ideas afines, llevar una vida que estuviera dedicada totalmente a la palabra de Dios y a las cosas eternas. Quiso realizar con valores cristianos el ideal de la vida contemplativa descrito en la gran filosofía griega, eligiendo de este modo «la mejor parte» (Lc 10,42). Pero las cosas fueron de otra manera.
Mientras participaba en la Misa dominical, en la ciudad portuaria de Hipona, fue llamado aparte por el Obispo fuera de la muchedumbre, y fue obligado a dejarse ordenar para ejercer el ministerio sacerdotal en aquella ciudad. Fijándose retrospectivamente en aquel momento, escribe en sus Confesiones:

    -    «Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos" (cf. 2 Co 5,15)»

Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su «ser-para».

 

Para ustedes y con ustedes

Agustín, una vez ordenado obispo, decía al pueblo que le fue confiado:

    -    Donde me aterra lo que soy para ustedes, allí me consuela lo que soy con ustedes.

La gracia de la imposición de manos lo constituyen en un humilde servidor de sus hermanos... el misterio de la elección divina lo sobrepasa.
Termina concluyendo:

    -    Para ustedes soy un obispo. Con ustedes soy cristiano.

 

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