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Oraciones al Espíritu Santo

 

(De San Fernando III, Rey de Castilla)

Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo,
inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir, cómo lo debo decir;
lo que debo callar;
lo que debo escribir;
lo que debo obrar;
lo que debo hacer para procurar Tu Gloria,
el bien de las almas y mi propia santificación.
Amén


(De San Luis María de Montfort)

Habla, Espíritu Santo, y forma
un manantial en mi corazón
cuya agua pura y saludable
salve al más grande pecador,
al más incurable lo sane
abriéndole los ojos,
y perdone al más culpable
reabriéndole los cielos.

Más que a la Magdalena,
que a Lázaro en la tumba
y que a la Samaritana,
te pido de esta agua.
Beberla quiero, te lo pido,
sé que es un don precioso.
Cuanto más grande sea este favor,
más glorioso serás.

Sostén mi impotencia,
soy caña viviente.
Detén mi inconstancia,
Pues cambio más que el viento.
Disipa mi ignorancia,
soy ciego de nacimiento.


Ven, Padre de las luces,
Ven Dios de Caridad,
da forma a mi plegaria,
muéstrame la verdad,
haz descender a mi alma
una brasa de tu fuego
que la consuma por dentro
y la llene de Dios.

Ven, Santo Espíritu, que moldeas
a los mártires, a los confesores,
los apóstoles y los profetas;
a los grandes héroes y a los grandes corazones.
Sólo tu conducción
mi Salvador siguió;
para que yo lo imite,
condúceme como a él.


Espíritu de Santidad, sé el Maestro
de mi corazón para amar,
de mi espíritu para conocer,
de mi lengua para encantar,
de mis sentidos y mis potencias
para obrar o para sufrir;
de mis bienes, de mis sufrimientos
y de todo para servirte.

Haz de mi corazón un templo,
de mi lengua un instrumento:
para que hable a todos con el ejemplo,
para que hable a todos con elocuencia.
Por Jesús y por María,
reina poderosamente en mí,
para que por todo ello,
sólo glorifique a Dios eternamente.


Ven, Padre de las luces,
dame tu sabiduría,
ese gusto por la verdad,
esa caridad que apremia
sin forzar la voluntad,
esa gracia tan fecunda,
esa inclinación arrebatadora,
esa paz santa y profunda
y ese socorro poderosísimo.

Tú no quieres contradecir
mi mala voluntad.
Es por eso que siento temor
de mi propia libertad.
A los encantos de tu gracia
muy a menudo me he resistido.
Me rindo, toma tu lugar
con total autoridad.


(De Simeón, el nuevo teólogo)

Ven Espíritu Santo,
ven, alegría eterna.
Ven, tú, a quien ha deseado y desea mi alma,
ven, tú el Solo, al solo,
tú lo ves, estoy solo.
Ven, tú que me has separado de todo,
dejándome solo en este mundo.
Ven, tú mismo hecho deseo en mí,
me has hecho desearte, a ti el inaccesible.
Ven, aliento mío y vida mía,
ven, consuelo de mi alma.
Ven, alegría mía, gloria mía y delicia mía sin fin.
Ven Espíritu, me has hecho desearte,
a ti el inaccesible,
te has hecho tú mismo, deseo en mí.

Secuencia de Pentecostés

Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad,
dulce huésped del alma,
suave alivio de los hombres.
Tú eres el descanso en el trabajo,
templanza de las pasiones,
alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz
en lo más íntimo
del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina
no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas,
riega nuestra aridez,
cura nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestra frialdad,
corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles,
que confían en ti,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud,
salva nuestras almas,
danos la eterna alegría.


(Del Cardenal Newman)

Dios mío, eterno Paráclito, te adoro a ti que eres luz y vida del alma mía. Hubieras podido contentarte con enviarme desde fuera buenos pensamientos, la gracia inspiradora y el socorro. Así, hubieras podido conducirme en la vida y purificarme solamente gracias a tu virtud interior. Pero, en tu infinita compasión, entraste en mi alma desde el principio, tomaste posesión de ella y has hecho tu templo en ella. Habitas en mí de manera inefable por medio de tu gracia, por tu eterna substancia, y es como si yo estuviera en cierto modo, aquí abajo, absorbido en Dios, sin perder mi propia individualidad. Y al haber tomado posesión de mi cuerpo, de este miserable y terrenal tabernáculo de carne, mi cuerpo mismo es también tu Templo, ¡oh asombrosa, oh terrible verdad! Yo lo creo, yo lo sé ¡Oh Dios mío!


Espíritu Santo, por el fuego que has encendido en nosotros, oramos, meditamos, hacemos penitencia. Nuestras almas, si tú las abandonas, no podrían seguir viviendo, al igual que nuestros cuerpos, si el sol se extinguiera.
Mi santísimo Señor y santificador, todo bien que existe en mí es tuyo…
Si no me parezco a tus santos, es porque no pido tan ardientemente tu gracia, ni siquiera una gracia suficientemente grande y porque no aprovecho con diligencia aquella que me has dado.
Aumenta en mí la gracia del amor, a pesar de toda mi indignidad.
Es más preciosa que todo el mundo. La acepto a cambio de todo lo que el mundo pueda darme. ¡Oh, dámela! ¡Ella es mi vida!


(De la Beata Miriam de Belén)

Espíritu Santo, abrázame,
Fuego de Dios, consúmeme,
Espíritu Santo, abrázame,
al verdadero camino, condúceme.
Espíritu Santo, purifícame,
Fuego de amor, inflámame,
Espíritu Santo, purifícame,
en Jesús, despósame.

Espíritu Santo, fortifícame,
Amor de Dios, sáname,
Espíritu Santo, fortifícame,
Espíritu, renuévame.
Espíritu Santo, inspírame,
Amor del Hijo, cólmame,
Espíritu Santo, inspírame,
la verdadera felicidad, concédeme.


(De San Alfonso María de Ligorio)

¡Oh Espíritu Santo, divino Paráclito, Padre de los pobres, Consolador de los afligidos, santificador de las almas, heme aquí, postrado ante tu presencia. Te adoro con la más profunda sumisión, y repito mil veces con los serafines que están ante tu trono: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
Tú, que has llenado de inmensas gracias el alma de María e inflamado de santo celo los corazones de los apóstoles, dígnate también abrasar mi corazón con tu amor. Tú eres un espíritu divino, fortifícame contra los malos espíritus; tú eres fuego, enciende en mí el fuego de tu amor, tú eres luz, ilumíname, hazme conocer las verdades eternas; tú eres una paloma, dame costumbres puras; eres un soplo lleno de dulzura, disipa las tempestades que levantan en mí las pasiones; eres una nube, cúbreme con la sombra de tu protección; en fin, a ti que eres el autor de todos los dones celestes: ¡ah! Te suplico, vivifícame con la gracia, santifícame con tu caridad, gobiérname con tu sabiduría, adóptame como tu hijo por tu bondad, y sálvame por tu infinita misericordia, para que no cese jamás de bendecirte, de alabarte y de amarte; primero en la tierra durante mi vida, y luego en el cielo durante toda la eternidad.