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Pasos para perdonar

(Suplemento al boletín n°100 del grupo Magnificat)

 

     Algunas recomendaciones sobre estos “pasos”: En primer lugar, conviene que tengas presente que el perdón no es un sentimiento sino una decisión. Si tu decisión es perdonar, si está en tu intención y pones ese deseo en Dios, estás perdonando aunque no lo sientas. Suelo ilustrar esto de la siguiente manera: si te piso un pié y luego te pido perdón, y tu me perdonas, ¿te deja de doler el pie?. Obviamente no, y eso no quiere decir que no hayas perdonado. Por lo tanto, es posible que “sientas” rechazo aún hacia a aquél que has perdonado, pues emocionalmente aún estás herido. En segundo lugar, si bien uno, en principio, no es responsable por lo que siente, sino por lo que hace, por lo que decide, también es cierto que uno puede empujar ese sentimiento hacia una dirección o hacia otro. Veamos: si quiero perdonar, pero estoy continuamente “masticando” bronca contra el que me hirió, si no dejo de “darme manija” continuamente en sentido negativo, es muy difícil que mi herida emocional sane algún día, más bien estoy removiendo la herida y va a seguir abierta. En cambio, si descubriendo el sentido del perdón, pongo en manos del Señor los pensamientos que acentúan mi dolor -tantas veces como ellos vengan a mi mente-, si a la vez busco llenar mi corazón de aquello que me trae paz, con la ayuda de la gracia, mi corazón irá sanando y el dolor disminuyendo. En tercero y último lugar, y esto es lo más importante, uno sólo avanza con la ayuda de la Gracia. Por lo tanto, ¡hay que pedirla!¡adelante, no tengas miedo!. Es posible perdonar...
 
.     Primer paso: Estar en paz con uno mismo
 
Nos vamos a servir del ejemplo de José, hijo de Jacob. Preferido de su padre, es víctima de la envidia de sus hermanos, que lo venden como esclavo y es llevado a Egipto. Mucho tiempo después, ocupando José un alto cargo en aquél lugar, se reencuentra con sus hermanos (que padecen hambre a raíz de la sequía) que venían a Egipto en busca de ayuda. Ellos (sus hermanos) no lo reconocen, pero sí José. Y la historia continúa en las citas siguientes:
 
“José ya no podía contener la emoción en presencia de la gente que lo asistía, y exclamó: ‘Hagan salir de aquí a toda la gente”. Así, nadie permaneció con él mientras se daba a conocer a sus hermanos. Sin embargo, los sollozos eran tan fuertes que los oyeron los egipcios, y la noticia llegó hasta el palacio el Faraón. José dijo a sus hermanos: ‘Yo soy José. ¿Es verdad que mi padre vive todavía?’. Pero ellos no pudieron responderle, porque al verlo se habían quedado pasmados. Entonces José volvió a decir a sus hermanos: ‘Acérquense un poco más’. Y cuando ellos se acercaron, añadió: ‘Sí, yo soy José, el hermano de ustedes, el mismo que vendieron a los egipcios. Ahora, no se aflijan ni sientan remordimiento por haberme vendido. En realidad, ha sido Dios el que me envió aquí delante de ustedes para preservarles la vida...” (Gn 45, 1-5)
 
Por una parte José logró primero la paz consigo mismo para luego perdonar a sus hermanos que lo habían vendido, y por otra parte, él invita a sus hermanos a estar en paz con ellos mismos..., para que acepten luego su perdón.
Entonces, perdonarse, lograr la paz y reconciliación con uno mismo, pues nuestra actitud con los demás es muchas veces reflejo de lo que somos con nosotros mismos. Si no nos aceptamos, no podemos aceptar a otros. A algunas personas les resulta más fácil perdonar a otros que a sí mismos. ¡Pídete perdón a ti mismo!, date un abrazo... Si Dios nos ama como somos, así debemos amarnos también nosotros. De ningún modo significa conformismo, la conversión es posible, cada día, en la medida en que acepto también mis falencias y no en tanto pretendo negarlas. La Palabra de Dios nos dice claramente: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y no en vez de a ti mismo (Lv 19,18b), es decir, el amor a los demás supone el amor propio bien entendido.
Por otra parte la PAZ no es ausencia de algo negativo, no es sinónimo de falta de conflicto, lo cual sería más bien una “paz de cementerio”, sino que es presencia de algo positivo (serenidad, plenitud). En realidad, la paz es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5, 22). Pero por sobre toda las cosas la PAZ es ALGUIEN, para nosotros los cristianos es CRISTO mismo. Él es nuestra PAZ.  Por tanto, sólo desde Cristo puedo comenzar a perdonar, porque Él me perdonó primero...
 
.     Segundo paso: Delimitar la zona del conflicto
 
Cuando en un campo aparece una zona de incendio, lo primero que hacen los campesinos es cercar el lugar para evitar que el fuego se expanda, luego intentarán apagarlo. En el campo de nuestra vida surgen también conflictos -es que la vida espiritual es lucha- y, del mismo modo que los campesinos, debemos también nosotros apagar nuestros propios “incendios”... Para ello, es conveniente evitar que se expanda el problema, por ejemplo: que lo llevemos del trabajo al hogar, o viceversa; o que descarguemos nuestra bronca con el primero que se cruza en el camino; o que involucremos al vecino, etc. ¡No traer más gente al problema! Si tu problema es con “fulano”, no te la agarres con “mengano”. En todo caso enfréntate con tu enemigo, no con otra persona que no tiene nada que ver con el asunto.
Esto encierra un significado más profundo, que se aplicará en pasos posteriores: San Pablo dirá que nuestra lucha “no es contra la carne ni la sangre”. Nuestro verdadero enemigo es el que San Ignacio llama “enemigo de la naturaleza humana” y que Jesús menciona como “padre de la mentira”. Es decir, en realidad no se trata de enfrentarte con tu hermano. Pero no olvidemos que estamos todavía en el Antiguo Testamento y Dios aparece como un “Guerrero” que pelea junto a los suyos, junto a su Pueblo. Es la condescendencia de Dios. No podía aparecer débil, pequeño (como en Belén), sino batallador. Entonces este paso lo vamos a entender todavía en sentido más literal: ¡enfréntate con quien tienes el problema y no con otras personas!. ¡No busques quien te las pague, sino quien te las debe!.
 
El texto de la Palabra de Dios escogida para ilustrar este punto es Ex 23, 4-5:
 
“Si encuentras perdido el buey o el asno de tu enemigo, se lo llevarás inmediatamente. Si ves al asno del que te aborrece, caído bajo el peso de su carga, no lo dejarás abandonado; más aún acudirás a auxiliarlo junto con su dueño.”
 
No tiene la culpa el buey o el asno de tu enemigo. En sentido más moderno, si te peleaste con tu vecino ¡no le patees el perro!!!. En resumen: No pelear con quienes no tenemos que pelear.
 
.     Tercer paso: No ir más allá de la ofensa que uno ha recibido
 
El código de Hammurabi terminantemente decretaba: “Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo...”  ¿No era acaso terrible esta ley?
 
Pero veamos lo que dice la Palabra de Dios en Lv 24, 17-21:
 
“El que hiera mortalmente a cualquier hombre, será castigado con la muerte. El que hiera mortalmente a un animal, pagará la indemnización correspondiente: vida por vida. Si alguien lesiona a un prójimo, lo mismo que él hizo se le hará a él: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le hará la misma lesión que él haya causado al otro. El que mate a un animal pagará una indemnización por él, pero el que mate a un hombre, será castigado con la muerte.”
 
Era la Ley del Talión. Tenía como objetivo evitar la venganza más allá de la ofensa recibida. Porque si no hay un límite (en este caso, impuesto por la ley), la violencia crece en espiral. ¡Ojalá en nuestra época se cumpliera al menos la Ley del Talión! Sí, porque lo que ocurre hoy en día es que si uno le hace un daño a otro, el otro le hace un daño mayor, entonces éste responde con otro daño más grande aún... Vemos los ejemplos de las guerras del siglo pasado y también de las de este nuevo milenio, pero también lo observamos en las familias:¡muchas en plena guerra! (violencia doméstica...). Hay una película que ilustra este aspecto: “La guerra de los Roses” donde un matrimonio se pelea y la violencia va creciendo hasta que se destruyen totalmente el uno al otro.
Al menos aquella ley frenaba la venganza, más allá de la ofensa recibida. Si alguien te quitó un ojo, más vale que tengas puntería y sólo le quites un ojo, porque sino te vas a ver en problemas otra vez...
 
.     Cuarto paso: No vengarse
 
Todavía estamos en la propuesta del Antiguo Testamento. Veamos: Lv 19.18a

No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor...”

y en la segunda parte del versículo agrega:

“...Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”.

 
Este mandamiento resume la perfección del Antiguo Testamento. Esto significa que, teniendo derecho a la venganza (Ley del Talión, cuarto paso) me abstengo de ejercer mi derecho: “-podría golpearte en el ojo, tengo derecho, pero no lo voy a hacer...”
Según un dicho popular “la venganza es el placer de los dioses...”, pero, en cambio, nuestro Dios nos invita a no guardar rencor, a no devolver mal por mal, en resumen: a no vengarnos.
Este paso es en realidad un gran salto. ¿Lo hemos alcanzado?, si respondemos que sí, es decir, que nunca nos vengamos de los que nos hacen el mal (léase cualquier tipo de mal, por ejemplo: aquella persona habló mal de mí y pero yo me abstengo de hablar mal de él), entonces quiere decir que vamos bien, ...¡pero aún no llegamos al mensaje del Nuevo Testamento!.
 
.     Quinto paso: Poner la otra mejilla
 
“Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’ Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?...”      (Mt 5,38-47)
 
¡Atención que estamos ya en el Nuevo Testamento!, este paso del perdón es una innovación. No hay que entenderlo en forma literal “poner la otra mejilla” (Jesús dijo que seamos mansos... ¡pero no “mensos”!). Hay que entender la otra mejilla como la otra cara de la moneda, es decir, al “mal” poner la mejilla del “bien”. Tal vez a alguno le sea más fácil poner literalmente la otra mejilla, pero la propuesta del Evangelio va más allá: hacer el bien al que te ofende. Es más difícil pero, por supuesto, está la ayuda de la gracia... Requiere de oración, hay que pedir esta gracia.
Veamos Rm 12, 17-21: “No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios...Y en otra parte está escrito: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber... No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien”.
También se necesita una buena cuota de humildad (de “humus” = tierra, que además es fértil), y aplicar la regla de oro del Evangenlio: Mt. 7,12: “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas”.
Dos citas más que nos ayudan: “Como a ti mismo...” Mc. 12, 31. “Perdonad y seréis perdonados” Lc 6, 36.
 
.     Sexto paso: Volver a la misma confianza que se tenía antes de la ofensa
 
“Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?’. Él le respondió: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero’. Jesús le dijo: ‘Apacienta mis corderos’. Le volvió a decir por segunda vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’. El le respondió: ‘Sí, Señor, sabes que te quiero’. Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas’. Le preguntó por tercera vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo, sabes que te quiero’. Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas’...”                    (Jn 21, 15-17)
 
En este paso debemos imitar lo que Jesús hizo con Pedro. Le devuelve la confianza que tenía antes de la ofensa. El Señor le había dicho que le daba las llaves del Reino de los Cielos, pero en el momento más importante Pedro lo niega tres veces. Ya resucitado, en el pasaje de la cita bíblica, junto al lago Tiberiades Jesús no le dice: ¡Pedro, ahora que me negaste, devolveme las llaves! No, el Maestro, lo confirma en su puesto, le otorga nuevamente su confianza: ¡Apacienta a mis ovejas, porque cuando yo me vaya tú seguirás siendo el Pastor!
Es el perdón más elevado, volver a la confianza para comenzar de nuevo. Es admirable cómo a veces los niños cumplen esto al pie de la letra, y cuánto nos cuesta a los adultos. Tal vez tengamos que volver a ser como niños para alcanzar este paso...
Es lo más perfecto en el Nuevo Testamento, no sólo se trata aquí de amar a los demás como a nosotros mismos, sino de amar como Jesús nos amó, es decir, hasta el extremo de dar la vida por nosotros...
Dos citas bíblicas cruzadas pueden servirnos de ejemplo, ambas coinciden en el capítulo y versículo, y además son de Juan: capítulo 3 y versículo 16, pero una es del Evangelio de Juan (eje vertical de la cruz: el amor de Dios a los hombres) y la otra de la Primera Carta de Juan (eje horizontal de la cruz: así debemos amarnos entre nosotros):
Jn 3,16: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó su Hijo único para que todo el que cree en él crea no muera, sino que tenga Vida eterna”.
I Jn 3,16: “En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros: Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”.
¿Hasta cuándo perdonar? “setenta veces siete...” (Mt 18, 21-22)
Por último, si quieres entregar al Señor una ofrenda única y preciosa, sigue el consejo de Mt. 5, 23-24: “...deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda”...
 


 

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